Me pregunto por qué algunas palabras ofenden cuando no se dicen con ese fin, sino que se usan
como simples palabras. Quizás algunos las digan como ofensa, pero quizás otros no y resulta que términos, que en ocasiones pueden usarse como insultos y otras veces no, ya no pueden utilizarse...o mejor dicho, NO DEBEN.

En el diccionario aparecen ambas definiciones, la normal y la ofensiva, pero siempre por respeto se elimina de nuestro vocabulario cotidiano.
Podéis hacer la reflexión con las palabras marica o maricón. En el diccionario aparece la misma definición que para gay, pero en cambio en las dos primeras se incluye la acepción del insulto... y con ello, la "prohibición" no escrita de no usarla.
Y para algunas personas, hasta los términos niño o niña o perro y perra lo consideran maneras despectivas de llamar a alguien, cuando lo único que hacemos es aplicar la denominación general.
No ofende la palabra, no ofende quién la dice, sino que lo que ofende es la forma de decirla o la susceptibilidad de quién la escucha.
El poder de las palabras, o más bien el poder en la forma de utilizarlas...
Asusta oírlas, asusta pronunciarlas, asusta decirlas...
Palabras sobre enfermedades, como cáncer, producen respeto, pavor y pánico. Y no dejan de ser palabras...pero siempre es más fácil achacar los miedos a la palabra que no afrontar las situaciones, luchar y vencer los miedos.

Y por último, la palabra más temida, la de muerte... que no por no pronunciarla desaparece... no somos niños pequeños que nos podamos tapar los oídos, somos adultos y debemos afrontar las cosas... Debemos asumir los hechos y superar las palabras.
El poder de las palabras, o más bien el poder en los hechos que implican...
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