Hay amores que merecen que les dejen vivir.
Amores que no deberían morir nunca.
Historias inacabadas, o ni siquiera empezadas, que no han tenido la oportunidad de florecer. Amores que por muy fugaces que parezcan, son más importantes de lo que nos imaginamos.
Cada historia de amor se merece un tiempo, un ritmo al cual bailarla, un reposo cual vino en su barrica.
Los vinos mejoran con el tiempo, reposan, su olor se vuelve más fuerte y su cuerpo se presenta.
Vinos que son auténticas obras de arte y que nacen para permanecer en bodegas que son como museos, guardados y escondidos celosamente y solo conocidos por algunos. Estos vinos no se beberán salvo en ocasiones únicas y especiales. Siempre hay una parte en toda bodega dedicada a estas botellas míticas, las que son un tesoro que guardar y recordar toda la vida.
Cada vino es un mundo, con mil y un sabores para cada paladar, para cada gusto. Lo mejor de un vino es cuando todos los gustos se equilibran, cuando cada uno de ellos se relativiza con el otro.
Lo ácido, lo salado, lo dulce y lo amargo... si tenemos un poco de cada uno, el vino se convierte en mágico, en especial. Un vino que te ilumina por dentro.
Lo ácido, lo salado, lo dulce y lo amargo... si tenemos un poco de cada uno, el vino se convierte en mágico, en especial. Un vino que te ilumina por dentro.
Con el amor pasa lo mismo, queremos amores que nos den todo.
Queremos amores que nos llenen, que despierten sensaciones dormidas, amores que nos enloquezcan, que nos entristezcan, que nos hagan reír...
Y, como no, queremos guardarlos celosamente para nosotros, para disfrutarlos en la intimidad.
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